Rakel Mateo ha tenido que hacer frente a numerosos obstáculos en su vida. Primero a la anorexia. Después al accidente laboral que sufrió hace más de dos décadas y que le inmovilizó una de sus piernas. Pero lejos de amilanar a Rakel, aquel incidente le cambió la vida, en algunos aspectos para mejor. Rakel comenzó a practicar ciclismo y luego pasó al triatlón, hasta lograr la clasificación para los Juegos de Río de Janeiro, en 2016. En la capital carioca tuvo un problema con una de las ruedas y un desconocido le ayudó a salir del paso.
El siguiente ciclo olímpico fue, si cabe, más duro. Meses antes de los Juegos de Tokio, Rakel sufrió la amputación de parte de la pierna que tenía inmovilizada y tuvo que aprender a competir de nuevo, adaptándose otra vez a su nueva situación física. Durante el ciclo su ‘ángel de la guarda’ le regaló una bicicleta, y aunque Rakel le buscó con ahínco para darle las gracias, no volvió a verle hasta que apareció en la meta nipona. La identidad del benefactor es un misterio que solo la de Mungia conoce. Espera volver a verle en París, en los que serán sus terceros Juegos, en los que seguro Mateo volverá a reinventarse